Apuntes para un nihilismo revolucionario
(Parte 1)
Aunque ha pasado mucho tiempo desde que Nietzsche habló del nihilismo, en realidad las cosas no han cambiado tanto. El nihilismo y el nihilista han sido descritos desde hace siglos. Pensemos, por ejemplo, en San Agustín de Hipona, quien quizá fue el primero en acuñar el término al referirse a aquellos que no creían en Dios. Nihil significa «nada», y el nihilista es, por lo tanto, aquel que no cree. Aunque el término surgió en un ámbito religioso, con el tiempo esta falta de creencia se extendió también al terreno político.
«El nihilista es un hombre que no se doblega ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe, por grande que sea el respeto que se dé a este principio», así define Iván Turguénev al practicante del nihilismo, en voz de su antihéroe Bazárov, en su obra Padres e hijos. Bazárov encarna en la literatura rusa las nuevas ideas revolucionarias de su tiempo, así como el rechazo de las tradiciones y los valores heredados. Representa la necesidad de pensar de manera distinta.
Dostoievski también aborda el nihilismo a lo largo de toda su obra, pero desde una perspectiva política destaca especialmente en Los demonios. En esta novela, el brillante y prolífico escritor critica la visión nihilista que comenzaba a gestarse en la Rusia de su época, una visión que tendría gran influencia en la era soviética. Este nihilismo ruso, profundamente político, impregnaba todos los ámbitos de la sociedad. De ser un concepto originado en el plano religioso, el nihilismo se trasladó a la vida cotidiana, adoptando un carácter crítico. Ser nihilista, en este sentido, se convirtió en una actitud activa que cuestionaba, derrumbaba y prácticamente eliminaba toda creencia y tradición existente.
Se trataba de allanar el terreno para construir algo nuevo.
Se dice que hay mucho de Dostoievski en las ideas de Nietzsche. Aunque no entraremos en esa discusión ahora, lo cierto es que el nihilismo cobró un gran protagonismo en la filosofía nietzscheana. Tras la anunciada muerte de Dios por Zaratustra —o antes, en La gaya ciencia—, llega una etapa de nihilismo. Con la muerte de Dios, también caen los valores que dominaron Occidente durante siglos.
El nihilismo tiene varios rostros: puede ser la nada como creencia o la creencia en la nada. El nihilismo que sigue a la muerte de Dios es un nihilismo reactivo, que devuelve al ser humano a una melancolía y a un pesar profundo. Sin un eje al cual asirse, la existencia se torna sombría. Es una época aciaga en la vida humana. ¿No vivimos aún bajo esa sombra? ¿No seguimos atrapados en ella?
Sin embargo, existe otra forma de nihilismo: una etapa más activa, creativa y, podríamos decir, revolucionaria. Es el león dionisíaco que no se conforma con habitar una realidad desprovista de dioses y creencias; derrumba ídolos no para quedarse en la destrucción, sino para construir algo nuevo. Este es un nihilismo que nace de la vida misma, que se aleja de preceptos morales o nociones extraterrenales. Es un nihilismo alegre, revolucionario, que cuestiona y destruye, pero también proyecta, sueña y crea.
Este nihilismo es mucho más cercano al de los jóvenes rusos de los tiempos de Bazárov: un nihilismo que no cree en nada, pero que imagina y construye desde la voluntad y la fuerza de la creación. Un nihilismo que no espera, sino que actúa, y lo hace por sí mismo.